Olvidé la felicidad en una bolsita de plástico transparente

.
.
Yo nunca aprendí a jugar trompo en mi vida; sin embargo de niño tenía una habilidad que nadie supo de que se trataba. Era algo así como una habilidad autodestructiva. Un vicio secreto y bochornoso, una debilidad de la mente y una habilidad de las manos: los yases.

El principio del fin

Después de ser rezagado de los juegos de fútbol por la sencilla razón de ser el mas malo en patear una pelota en la vida de mis amigos, me vi en el dilema de estar viendo como jugaban desde las tribunas o desde el quiosco de golosinas. Fue ahí, cuando a un costado de las canchas de fútbol pude ver por primera el juego mas fascinante que nunca había conocido: los yases.

Jean Paul Sartre decía que la Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace. Entonces dejé de intentar hacer lo que quería y me puse a querer lo que hacía; pero ese hacer fue clandestino y casi marginal. Era una felicidad a solas, quizás como las felicidades más bellas.

El principio del juego de yases lo aprendí sapeando a mis amigas. Entendí de sus movimientos, del arte de mover las manos, de la geometría y de las líneas que pueden formar los yases una vez en el suelo. Entendí todo: pero nunca tuve el valor necesario para pedir ser parte de su juego. Pues por una lado estaban mis amigos, quienes me dirían los sinónimos más insólitos de la palabra maricón. Por otro, qué dirían mis padres, me llevarían al sacerdote y después al psicólogo. Y por otro lado, estaba la reputación reputa de mis hermanos mayores como los gileritos del colegio en secundaria. Ni imaginarlo, me dirían maricón de por vida.

La primera compra

Yo quería jugar yases, estaba cansado y frustrado de solo hacerlo en mi imaginación. Me sentía como si el mejor jugador de fútbol estuviese muchos años en la cárcel pensando e imaginando la jugada perfecta. Yo ya no podía mas. Era una decisión tomada, y por final más trágico, sus consecuencia iban hacer asumidas.

Un día lunes de otoño, salí del colegio y tomé un carro cualquiera y me bajé en el distrito más alejado que conocía. Ya en territorio desconocido me puse a buscar el mercado más cercano y al vendedor más distraído. Todo esto, mientras iba pensando en el pretexto más real para que el vendedor crea que la compra no era para mí.

Ya una vez frente al vendedor, puse mi cara más amarga y le dije que me vendiera yases para mi hermana (que no tenía) pues había botado a la basura los suyos. El vendedor extrañado por la explicación me dijo “escoge”. Entonces, la frustración de la sobre actuación de escoger cualquiera de los yases y escoger los más bonitos, hizo en mi un pequeño pero poderoso corto circuito que fue apagado por la madre de Antonio, una señora muy linda que era presidenta de la APAFA (Asociación de Padres de Familia) de mi colegio y que se conocía con mi padre. Diciéndome con una mirada de tía chismosa ”que haces alejandrito”. Yo solo atiné a decirle que le estaba comprando yases a mi prima marita. Entonces escogí de pocotón y la pelotita más cercana. Le pagué al tipo y me fui corriendo hacía ningún lado.

La felicidad como juego

Julio Cortázar escribió que la felicidad no es más que uno de los juegos de la ilusión. Mi felicidad en esos momentos no era ilusión sino tan real como las leyes físicas. Mi felicidad era intocable y solo mía. Mi felicidad de chibolo de ocho años, era tan perfecta como el juego de los yases.

Por obvias razones, y desde que adquirí con mentiras mis primeros yases, el lugar de juego para mi fue el baño. Me pasaba horas con la mano en el suelo jugando conmigo mismo, o como diría el viejo político francés del Renacimiento, Michel Eyquem de Montaigne, realizaba mis más serias actividades.

Nadie nunca supo lo bueno que era para jugar los yases. Yo nunca participé en las competencias de yases de mi colegio. Nadie me vio jugar y admirar mis técnicas más insólitas. Nadie estuvo conmigo en los momentos que más quería. Mi felicidad en resumen era un juego solitario, y con el tiempo, me cansé de ser el niño mas feliz del mundo.

Olvidé los yases como al oso de peluche que dormía conmigo. Olvidé lo que quería como un hombre olvida la existencia. Olvidé la felicidad en una bolsita de plástico transparente debajo de mi lado del camarote.

La vida no es color de rosa

El machismo como fenómeno social es extraño. Nunca le había dado tanta importancia hasta que descubrí que estaba arruinando mi vida. El machismo en todas sus dimensiones me parece mierda.

Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias, nos dice John Locke; pero yo solo quería jugar yases, y no entendía de esas huevadas.

4 comentarios:

Literalgia dijo...

te sabes Chanchas con volteretas?, te sabes dos golpes y el puentito? jajaja

Martín Barrera Tello dijo...

Bueno, a veces ir en contra de la corriente no es malo. A ti no te gustaba el trompo, yo preferia el arco a meter goles, tal vez por eso nos llevemos bien.

Aldamont dijo...

Hola, me ha gustado leer acerca de tu experiencia con la bendita felicidad y con los yases/yaxes. cuando era niñita los jugué mucho; los mayores decían q arruinaban la caligrafía, era verdad, pero yo he sido una excepción: modestia aparte.
2 besos

Angélica dijo...

JAJAJAJAJA qué cómico. Soy de una familia de 9 muchacho. Mis dos hermanos mayores son varones y luego nació la primera niña. Y adivina qué? ellos jugaban yaxes con mi hermana, a vista y paciencia de mis padres. Es más mi mamá les enseñó a los tres a jugar yaxes y, yo soy la última, mis hermanos (varones) mayores jugaban conmigo y hacíamos campeonatos de yaxes, jajajaja. Habrías sido feliz en mi familia, por lo visto.